El lunes 13 de Mayo, con la elección de representantes al Claustro, comenzó el proceso de elaboración de unos nuevos estatutos de la Universidad de Zaragoza. Testigos de los vigentes estatutos, con la perspectiva de más de dos décadas de participación en la vida universitaria, de esta historia reciente pueden extraerse enseñanzas útiles.
El Claustro, que como consecuencia de la LRU (1983) elaboró los actuales estatutos, estaba formado por todos los profesores numerarios y se completaba con representantes del resto de la Comunidad Universitaria. Esta composición, propia de la Universidad de Zaragoza, dio lugar a un tamaño inmanejable y confrontó a personas motivadas, los representantes elegidos, frente a los miembros natos que solo respondían de sí mismos. La consolidación de las opiniones de los grupos organizados y la total inacción de moderación del Rector o de su equipo de gobierno, que se mantuvo casi al margen del proceso, fue determinante para que personas sin experiencia de gestión universitaria impusieran unos estatutos, que el tiempo demostró, faltos de funcionalidad e imposibles de modificar.
En esta ocasión la composición del Claustro ha venido dada por ley con representantes de todos los sectores, su particularización por Junta de Gobierno ha sido más equilibrada y su tamaño razonable (300). Sin embargo, tras su elección, comienza un proceso de interacción de grupos e intereses personales contrapuestos, en el que es imprescindible que el Rector y su equipo de gobierno lideren el proceso para conseguir consensos y evitar situaciones no funcionales.
En 1985, la Universidad de Zaragoza se extendía también a Navarra, La Rioja y Soria y no se podía imaginar la actual restricción a Aragón ni su transferencia a la Comunidad Autónoma. En Huesca y en Teruel sólo había sendos colegios universitarios, se estaba construyendo el primer edificio del campus del Actur y no se intuía la distribución actual. Tampoco se pensó en los procesos de intercambio internacional de estudiantes propiciados por la entrada de España en la Unión Europea (1986), ni la masificación de los años 90 o el decrecimiento demográfico actual. Era difícil prever todos estos cambios determinantes e igualmente ahora no se atisban los del futuro, pero, si queremos una normativa con vocación de permanencia y adaptación ante los cambios, los estatutos deben ser una ley de principios, dejando los aspectos más variables a reglamentos fácilmente modificables.
En esas fechas aparecieron en España los primeros ordenadores personales a precios asequibles estando el procesado de datos y de información centralizado en grandes ordenadores configurados como Centros de Cálculo con múltiples terminales. Internet era algo solamente conocido por unos pocos investigadores del CERN (Suiza) y los sistemas de telefonía parecían no tener relación con los sistemas informáticos. Hoy en cada despacho de la Universidad de Zaragoza hay conexión a la red y el parque de ordenadores operativo se acerca a diez mil. Sin embargo la centralización de la gestión y la información de la Universidad sigue siendo la misma. Los estatutos deben propiciar la descentralización, que ahora es técnicamente posible sin detrimento de la calidad y que resulta socialmente ineludible para que cada centro se adapte a sus misiones.
Hasta la Ley de la Ciencia (1986), la investigación española estaba sin desarrollar y la transferencia de conocimientos era poco más que una buena intención. Hoy, aunque todavía lejos del nivel de los países de la UE, tenemos indicadores de la actividad investigadora y de transferencia que, sin embargo, no se exigen en la Universidad de Zaragoza, ni se aplican a la hora de asignar la dedicación de cada profesor. Una universidad será de calidad si es capaz de generar conocimientos y formar profesionales y los estatutos deben configurar una Universidad innovadora, motor de la sociedad.
Muchas otras lecciones, que están en la memoria de muchos, podemos sacar de la historia reciente para no repetirla. Recordándola aquí deseamos provocar una reflexión ante la importante etapa que ahora se avecina.
Rafael Navarro Linares
(Publicado en Heraldo de Aragón el 21 de mayo de 2002)
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