"Un paso no dado
es un sueño perdido"

martes, 21 de mayo de 2002

Aprender de la historia


El lunes 13 de Mayo, con la elección de representantes al Claustro, comenzó el proceso de elaboración de unos nuevos estatutos de la Universidad de Zaragoza. Testigos de los vigentes estatutos, con la perspectiva de más de dos décadas de participación en la vida universitaria, de esta historia reciente pueden extraerse enseñanzas útiles.


El Claustro, que como consecuencia de la LRU (1983) elaboró los actuales estatutos, estaba formado por todos los profesores numerarios y se completaba con representantes del resto de la Comunidad Universitaria. Esta composición, propia de la Universidad de Zaragoza, dio lugar a un tamaño inmanejable y confrontó a personas motivadas, los representantes elegidos, frente a los miembros natos que solo respondían de sí mismos. La consolidación de las opiniones de los grupos organizados y la total inacción de moderación del Rector o de su equipo de gobierno, que se mantuvo casi al margen del proceso, fue determinante para que personas sin experiencia de gestión universitaria impusieran unos estatutos, que el tiempo demostró, faltos de funcionalidad e imposibles de modificar.


En esta ocasión la composición del Claustro ha venido dada por ley con representantes de todos los sectores, su particularización por Junta de Gobierno ha sido más equilibrada y su tamaño razonable (300). Sin embargo, tras su elección, comienza un proceso de interacción de grupos e intereses personales contrapuestos, en el que es imprescindible que el Rector y su equipo de gobierno lideren el proceso para conseguir consensos y evitar situaciones no funcionales.


En 1985, la Universidad de Zaragoza se extendía también a Navarra, La Rioja y Soria y no se podía imaginar la actual restricción a Aragón ni su transferencia a la Comunidad Autónoma. En Huesca y en Teruel sólo había sendos colegios universitarios, se estaba construyendo el primer edificio del campus del Actur y no se intuía la distribución actual. Tampoco se pensó en los procesos de intercambio internacional de estudiantes propiciados por la entrada de España en la Unión Europea (1986), ni la masificación de los años 90 o el decrecimiento demográfico actual. Era difícil prever todos estos cambios determinantes e igualmente ahora no se atisban los del futuro, pero, si queremos una normativa con vocación de permanencia y adaptación ante los cambios, los estatutos deben ser una ley de principios, dejando los aspectos más variables a reglamentos fácilmente modificables.


En esas fechas aparecieron en España los primeros ordenadores personales a precios asequibles estando el procesado de datos y de información centralizado en grandes ordenadores configurados como Centros de Cálculo con múltiples terminales. Internet era algo solamente conocido por unos pocos investigadores del CERN (Suiza) y los sistemas de telefonía parecían no tener relación con los sistemas informáticos. Hoy en cada despacho de la Universidad de Zaragoza hay conexión a la red y el parque de ordenadores operativo se acerca a diez mil. Sin embargo la centralización de la gestión y la información de la Universidad sigue siendo la misma. Los estatutos deben propiciar la descentralización, que ahora es técnicamente posible sin detrimento de la calidad y que resulta socialmente ineludible para que cada centro se adapte a sus misiones.


Hasta la Ley de la Ciencia (1986), la investigación española estaba sin desarrollar y la transferencia de conocimientos era poco más que una buena intención. Hoy, aunque todavía lejos del nivel de los países de la UE, tenemos indicadores de la actividad investigadora y de transferencia que, sin embargo, no se exigen en la Universidad de Zaragoza, ni se aplican a la hora de asignar la dedicación de cada profesor. Una universidad será de calidad si es capaz de generar conocimientos y formar profesionales y los estatutos deben configurar una Universidad innovadora, motor de la sociedad.


Muchas otras lecciones, que están en la memoria de muchos, podemos sacar de la historia reciente para no repetirla. Recordándola aquí deseamos provocar una reflexión ante la importante etapa que ahora se avecina.


Rafael Navarro Linares

(Publicado en Heraldo de Aragón el 21 de mayo de 2002)

lunes, 15 de abril de 2002

La descentralización

La descentralización de la Universidad es la mejor oportunidad para situarla con ventaja en el nuevo siglo. La elección de representantes en el Claustro y la redacción de unos nuevos estatutos son una ocasión oportuna para reabrir el debate centralización/ descentralización. Sus implicaciones se abordaron durante la transición española para encauzar el problema histórico de las nacionalidades y modernizar la administración. El tema reaparece regularmente en la organización de la administración en sus niveles; nacional, autonómico, provincial y local y se reproduce cuando se consideran alternativas de dirección de empresas y, ciertamente, no puede soslayarse cuando se trata de la Universidad.


La organización de la Universidad tradicional española ha sido y es centralista aunque esté distribuida territorialmente. Se argumenta que así se garantiza la igualdad y que los distintos órganos alcanzan sus fines mejor de lo que podrían hacer por sí mismos. La centralización tiene como “virtud principal” la uniformización de todos, independientemente de su actividad. Así ha sucedido en nuestra Universidad y el resultado es un estado, que no es de decadencia ni de progreso, sino de somnolencia administrativa que sirve, sobre todo, para impedir iniciativas y no para innovar.


El Rectorado (como figura centralizada) no puede abarcar todos los detalles de la vida universitaria y si lo intenta queda abocado a un proceso hipertrófico. Cuanto más aumenta la centralización, más se acrecienta la bipolaridad, con mayor actuación del Rectorado y menor la del resto de la Universidad, impidiendo la toma responsabilidades en niveles inferiores de la organización y desanimando la participación.


Las organizaciones centralizadas fracasan en la adaptación a movimientos sociales profundos o a cambios rápidos. Pero además, la centralización es una rémora insuperable para fomentar la innovación y creatividad o la capacidad crítica, que son misión esencial de la Universidad. Sin duda, en la centralización de la Universidad de Zaragoza están los gérmenes de la falta de sintonía con la sociedad.


La descentralización no es distribución territorial sino delegación de poder. En términos empresariales, se guía por la máxima de que lo que se pueda hacer o resolver en los niveles más operativos de la organización no debe elevarse a niveles superiores ya que de lo contrario se pierde eficacia, aumentan los costes y se desmotiva al personal.


La descentralización no atenta contra la unidad. En una organización, donde la unidad está reconocida por las Cortes aragonesas, esta no debe ser el fruto de la uniformidad de todos sus órganos sino que debe nacer de la participación de todos ellos en los principios de su misión. La verdadera unidad es que todos en la comunidad universitaria conciban como propios los intereses de la Universidad.

Una descentralización funcional de la Universidad de Zaragoza podría seguir las pautas y siguientes:

  • El Rectorado tendría como misión fijar objetivos para toda la Universidad y, tras un estudio con los responsables de centros, departamentos, institutos y campus, asignar a cada uno de ellos unos objetivos propios.
  • El Rectorado evaluaría los progresos y dificultades de los distintos órganos sin seguir en detalle los procesos o ejercer de modo explícito la autoridad, de modo que hubiera una relación fluida de diálogo en la que ambos discuten las decisiones relevantes.
  • El Rectorado sólo debería resolver los temas que, por su naturaleza no estuvieran relacionados estrictamente con la actividad propia de órganos colegiados inferiores. Así la descentralización le permitiría centrarse en su trabajo propio de alta dirección.
  • Los servicios centrales del Rectorado deberían servir de puente entre órganos subordinados, suministrando información, herramientas y procesos, que incrementasen la eficacia. Además, a través de la información procedente de estas relaciones, propondría nuevas políticas.

Los nuevos estatutos de la Universidad de Zaragoza deben permitir un funcionamiento descentralizado, delimitando las atribuciones de los responsables de estos órganos (directores y decanos) y estableciendo las normas a seguir. Estas pautas facilitarían que estos asumieran la doble responsabilidad de dirigir sus ámbitos y harían de la descentralización un instrumento para facilitar la gestión y progreso de la Universidad.


Rafael Navarro Linares

(Publicado en Heraldo de Aragón, 15 de abril de 2002)