Una pantalla grande, una sala oscura, ruidos de comida y cuchicheos, sesiones continuas de dos películas sin interrupción y soledad para ser persona dentro de una multitud de sombras, viendo discurrir una y mil vidas, antes de que la televisión invadiera los hogares, hizo que accediera al lenguaje cinematográfico antes que al manejo del propio y me hiciera un poco “voyeur” del mundo y de la imaginación de otros.
Años mas tarde, ya en la Universidad, el cine-club de los Colegios mayores, con su coloquio y debate final te introducía a una comunidad de iniciados con sacerdotes como Bergman, Kubrick, Welles, Lubitsch, Ford, Buñuel, Chaplin, Fellini, Kurosawa …en donde se confrontaban las ideas y era posible la crítica de todo tipo, hizo de mi un converso y cinéfilo para “los restos”.
Me gusta el cine, suelo ir al cine una vez por semana y lo vivo en pantalla grande, con la oscuridad alrededor, con el murmullo de ruidos, risas, aprobaciones o denuestos de otras personas. Se renueva así la magia, se opera mi transformación, vuelve la catarsis y puedo vivir de nuevo una y mil vidas, hasta que se encienden las luces.
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